El ambiente
de las rumbas, es el único ambiente, del cuál se preocupan las corporaciones
autónomas regionales. Instituciones sui géneris que vigilan el nivel de ruido
de las ciudades, especialmente en sitios
públicos, negocios y establecimientos de diversión nocturna; utilizando un
sofisticado dispositivo de medición, llamado, -medidor de decibeles-, qué ahora
se descarga vía aplicación web.
Pero
controlar el volumen de ruido, no es la misión primaria para la que fue creada;
se originó por la necesidad del Estado, de tener un organismo de control
descentralizado, que vigilara, cuidara y fuera garante de la conservación de la
riqueza del medio ambiente Colombiano, figurando una corporación autónoma
regional, con facultades de contravención y cuasi judicialización de los infractores del medio ambiente a nivel
local. Apalancada con recursos propios (multas a infractores) municipales (porcentaje
impuesto predial), departamentales (libre destinación), nacionales (destinación
específica) e internacionales (convenios).
Estas
corporaciones también están facultadas con la autoridad de permitir y denegar
olores, erradicar árboles, otorgar permisos de aprovechamiento forestal, aprovechamiento
hídrico, daño forestal, daño hídrico,
licencias ambientales para infraestructura y minería, tala, quema y
destrucción de flora y fauna. Un ejemplo claro son los permisos para
aprovechamiento forestal al transformar árboles en carbón vegetal, qué incinera árboles y su
hábitat conexo de pájaros, insectos y fauna silvestre, en el proceso de la
obtención del carbón.
Está amalgama
de funciones para está respetada institución a nivel burocrático, pero con baja
estima a nivel de opinión pública, da como resultado la grotesca realidad de
vivir en la sequía de proyectos de conservación y en avalanchas de daños ambientales severos,
escudados en los permisos legales, buscando además contraventores en los desprevenidos
y pobres campesinos.
Las
corporaciones autónomas regionales son las culpables del mal aprovechamiento hídrico de los productores del
monocultivo de la caña, que malgastan ingentes cantidades de agua, dejando sin liquido vital a toda quebrada, río, aljibe o pozo profundo,
donde tenga influencia, además de la quema y mala adecuación de la tierra con
la obligatoria necesidad de talar árboles para ampliar frontera agrícola. Y la
aspersión de cientos de metros cúbicos
de pesticidas, fungicidas, madurantes artificiales, incurriendo en uso
comercial del famoso Roundup, asperjado para la erradicación de cultivos de
coca, que termina en las correntias de aguas y es considerado un agente
cancerígeno. Y cómo moño de la tragedia, es imposible recoger aguas lluvias, en municipio alguno del Valle del Cauca, por encontrarse oscurecidas por la pavesa de la quema de la caña.
Es decir: el director de la orquesta de conservación ambiental, baila, pita,
aplaude, zapatea, silba y toca la trompeta del juicio final de la naturaleza Colombiana.
Empero, el mismo maneja –medidor de
decibeles - en contra del gran ambiente natural. “(¿)”
¿Decir, que oficia de asesor de las corporaciones autónomas regionales, es un verdadero descrédito o trampolín de carrera corrupta?
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