Árrbol talado en la Alcaldía de Cartago para hacer un "adorno" |
Jorge Moncada Angel |
Coexistir en ciudad ha valorizado en el imaginario
colectivo, el sentimiento del aglutinado popular de ser parte de algo, un
híbrido multimodal con miles de cabezas, un conjunto llamado vulgo. Los
ciudadanos ven por encima del hombro a su paisanos campesinos, unos elementos
dispersos, con pocos vecinos y muchas necesidades. Entre más grande la urbe,
más asentado el sentimiento anti campesino, más irracional la propia
marginación de sus ciudadanos y más cruel la tala de árboles.
Sin embargo, pertenecer a la polis, no da vergüenza,
así la estratificación social sea notoria y los centros habitacionales tengan
marcas profundas de inequidad, en algunos casos, carencia absoluta de servicios
públicos, agua potable y sanidad.
Con estas conclusiones, nos podremos dar cuenta de la
extrema pobreza y bajo enfoque estimativo que vive el campo Colombiano y la errónea relación entre"progreso" y árboles en las ciudades.
Punto y aparte.
El campesino
Colombiano es un árbol emblemático, el símbolo de la soberanía alimentaria, el
último fortín de seguridad nacional. Sin el campesino y la producción agrícola
nacional estamos a merced de cualquier invasión, militar, ideológica, comercial
o todas las anteriores, cómo la que vivimos actualmente. Es imposible defender una nación sólo con
armas, se necesita además la comida y el capital humano para superar las crisis
del sitio.
Comparo a los campesinos con los árboles citadinos,
reductos verdes en medio de la obra gris de agresividad y marginalidad urbana.
Los árboles son elementos esperanzadores en la pena
del cemento -Frescura en el sofoco de la corrupción política-los árboles son
disonantes cantos de valor supremo -entonan el trinar de los pájaros
sobrevivientes- árboles citadinos y pájaros nos recuerdan al campesino, que de
sol a sol, golpea la tierra, no cómo castigo, sino cómo héroe de la independencia
alimentaria.
Al talar los árboles de las ciudades, cometemos un
arboricidio, con agravante al detrimento humano, por cortar lazos emocionales a
las nuevas generaciones, qué siguen el ejemplo impúdico de atentar contra la
poca naturaleza qué nos rodea. Los árboles son lugares de tiempo, frescura, comodidad y resguardo. El árbol no
es un héroe silencioso, es un titan que
habla con atributos, qué complementa al campesino cómo símbolo, el verdadero
héroe de la patria, el autor de la viabilidad de las ciudades. Sin los árboles
y sin los campesinos, no podríamos respirar, no podríamos alimentarnos.
Veo consternado cómo en la ciudad de Cartago en los
centros administrativos de mando, utilizan la erradicación de árboles cómo
muestra de "progreso" o de embellecimiento locativo. Veo abrumado cómo las
autoridades ambientales combaten la proliferación de aves desplazadas, tomando
cómo medidas la erradicación de árboles para que no se aposenten mientras
permiten la expansión de las fronteras agrícolas y monocultivos que arrasan con
su hábitat natural.
Respetemos los árboles de las ciudades, seres qué
tienen tantos depredadores cómo habitantes de una ciudad, por ese mal ejemplo
inculcado desde los atrios decisorios.
Miremos los árboles cómo la más grande prueba de la
existencia de la sabiduría cósmica y al campesino cómo un sabio terrícola qué te alimenta.
Jorge Enrique Moncada Angel
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